Esta mañana tenía clase a partir de las 12 am. Como llegué a las 9 a la universidad me fui a la biblioteca a estudiar un rato. La biblioteca, como no es de extrañar, no tardó demasiado en llenarse de gente.
Cuando llevaba ya un rato allí alcé la vista para mirar por encima como iban de ocupados las sillas. Me fijé también que los carteles que había en el cristal de separación de las mesas no eran los que había antes. Estos nuevos no estaban llenos de pintarrajos. Y entonces fue cuando me fijé mejor y vi que el bibliotecario los estaba cambiando.
Lo peor de aquello es que justo en ese momento me entró hambre. Llevaba un bocadillo en la mochila listo para coger. Por desgracia, en la biblioteca no se debe de llevar comida, pero en la calle hacía frío y ya que estaba sentada y calentita en la biblioteca no me merecía la pena salirme para comérmelo.
Aprovechando que el bibliotecario dejó de dar vueltas colocando los carteles, me saqué el bocadillo, y lo desenvolví del papel de aluminio. Para intentar esconderlo por si el bibliotecario pasa lo tapé un poco con la mochila.
Me lo fui comiendo poco a poco y mirando alrededor mía casi todas las veces antes de destaparlo y darle un bocado.
Al final acabé por comérmelo sin que me viera, pero con tanto mirar y comprobar que no me veía tardé en acabarlo poco más de media hora.
La próxima vez me pensaré mejor si me compensa tardar tanto en acabar antes de salir y comérlo más a gusto.
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